Celia Hart Santamaría: Diez años, al decir de Martí, en las agitaciones excelsas de la gloria
Por Ida Garberi y Manuel David Orrio
La Habana.- Este 7 de septiembre se cumplieron 10 años de la trágica muerte de Celia Hart Santamaría; mujer combatiente, intelectual martiana y marxista de primera línea, así como hembra irreverente ante la cual las burocracias, si no se asustaban, quedaban perplejas.
Sin dudas, es un buen momento para apuntar que Cuba aún le debe la publicación de la totalidad de su obra política. Por estos días de tantas claridades y confusiones vendría como un rayo de luz, desde aquella, su mirada casi estrábica… ¡pero con tanto de águila!
Lo publicado en Cuba, así como otros de sus escritos, muestra en su obra la análitica disciplina de sus estudios de Física; la lógica implacable de su padre Armando Hart, y la pasión de su madre Haydeé Santamaría. Incluye no sólo una visión inmensamente cubana – y martiana y marxista – del devenir patrio, sino la capacidad de contar sobre su legendaria progenitora y hasta de algo que trató de ser un secreto, y devino secreto a voces: su solidaria correspondencia con quienes fueron los Cinco Héroes Prisioneros del Imperio – particularmente con Antonio Guerrero Rodríguez -; hoy partes del acervo patrio. Libres, como Fidel profetizó…
Celia merece ser “profeta en su tierra” porque incita a un pensar antidogmático y antiburocrático, donde la intransigencia revolucionaria parece “bailar casino” al ritmo de una irreverencia no menos revolucionaria. De ella, que los autores conozcan, se han publicado en Cuba “Del Moncada a la CASA: los amores de Haydeé”, así como “Les debo verlos libres”, su epistolario con Los 5. Pero falta bastante de una obra dispersa, horneada al calor de los debates de su tiempo, y presente en los diarios digitales de la izquierda anticapitalista que le publicaron.
No más: dejamos a los lectores con su “Del Moncada a la Casa: los amores de Haydeé”, porque la retrata:
DEL MONCADA A CASA: LOS AMORES DE HAYDÉE
Celia Hart Santamaría
Menos mal que existe
los que no tienen nada que perder,
ni siquiera la muerte.
. . . . . . . . . . . . . . . . . .
Se mueren
sin decir de qué muerte,
sabiendo
que en la gloria también se está muerto.
Silvio Rodríguez (1)
Después de tantos años, todavía Mama nos moviliza a mi hermano y a mí con su presencia. Sin hablar, Abel (2) y yo sentimos latir su corazón en cada pieza que salió de su casa; y percibimos que su criterio, agudo e inteligente, es el que cambia una comadrita (3) o un florero de sitio. Cuanto tenemos, no nos ha pertenecido nunca; no heredamos nada; de alguna forma, ella así lo dispuso y así fue. El amor y la fuerza con que concebía todo, protege su propiedad. Su estirpe es más dimensionada que la de los revolucionarios, y sí que fue revolucionaria.
Creo no haber tenido tan cerca un ejemplo mejor; pero para imaginarla bien, para que mis hijos y los vuestros la conozcan, traten de integrar la independencia de una Simone de Beauvoir (4) con la pureza de una Juana de Arco(5),o más simple: la poesía intimista de Anne Sexton y su Wanting to Die(6) con el compromiso frontal, arraigado y único de la revolución de Fidel Castro, en la que comenzó a vivir desde sus mismos inicios, como anuncia a gritos el título de este libro. Revolución que entró por la estrecha puerta del apartamento de 25 y O que ella se preocupaba por limpiar en el Vedado (7) y que fue la razón de toda su existencia.Esta misma revolución .que al cabo de cincuenta años parece ser la revolución mundial, cambió sus primeros pañales húmedos en el alma de esta mujer que, azarosamente, fue también mi madre.
Muchas veces me dijo que desde el inicio confió en Fidel de forma total y que, para ella y para Abel (8), Fidel debería estar vivo por mucho tiempo. De esto no tenemos dudas ahora, pero hace medio siglo sólo la luz especial que brilló en estos Santamaría pudo ofrecer la señal de la importancia de un Fidel Castro para la Revolución Cubana.
En la carta que les enviara a mis abuelos desde la cárcel de mujeres en Guanajay (9) con una ingenuidad casi infantil invita a su madre a que sea feliz en la muerte de Abel, y augura cambios «grandes y profundos», los cuales se hicieron verdad. Mi abuela, una española convencida, terminó sus días luchando por su Central Constancia con fervor apasionado y militando en las filas del Partido Comunista.
Pero, así y todo, el Moncada fue apenas la punta del iceberg. No creo que nadie que la conociera con esta intensidad pudiese sostener que «Haydée no soportó el Moncada» y que no pudo sobrevivir a los ojos de Abel sumergidos dentro de una palangana. Luego de eso fue mucho más rica e hizo mucho más. La muerte de Abel fue la muerte de su primer gran amor, del cual sacó siempre fuerza y nunca debilidad. Sabía que estaba en el vórtice del ciclón, como todos los iluminados. El Moncada, Boris (10) y Abel fueron apenas un buen comienzo para esta mujer.
No se me ocurre ahora, por ejemplo, cómo Fidel iba a conseguir que no fuera al hospital civil, por peligroso que pareciera. Desde que planchaba con sus manos excesivamente femeninas los uniformes de los combatientes, ella ya estaría en esta Historia. Le sobró espacio para conocer y llorar otros amores. Amores que adquiría o se inventaba. Fue una enamorada perenne. El amor fue la punta de la lanza de su extraordinaria sabiduría.
Gracias al amor con su ciencia, .lección vital de Violeta Parra (11) he comprendido desde niña que amar es la manera más rápida de comprender el mundo. Muchas doctrinas las he tenido que ir a buscar en libros y gastara años en comprenderlas, no así a la piedra filosofal aguda y dolorosa que es la madre de la sabiduría: el amor.
En la clandestinidad era pez en su agua; habría que escucharle los cuentos sobre la incapacidad de mi padre para esconderse, y cómo prefería que estuviese preso «estudiando», pues era muy torpe para otra cosa. Pero no era cierto: reconocía en el joven abogado Armando Hart (12) cualidades e inteligencia únicas y necesarias para la empresa de Fidel, como son su cultura política y su capacidad de asociar en un mismo proyecto cualquier idea honesta.
Se dio cuenta, al amarlo como lo hizo, de que Armando Hart poseía la rara combinación de la armonía de la flexibilidad con la de un espíritu revolucionario absolutamente radical. Me consta el amor único que le profesó. Nos enseñó a respetarlo y a quererle más allá del amor filial. Recuerdo con húmeda melancolía la manera en que mi padre me trataba de leer a Carlos Marx, con la sonrisa cómplice de ella, mientras se movía silenciosa y ligera por la oficina de papa.
Podrán decirse hoy muchas cosas, envueltas en la leyenda del final de la historia, pero todavía me resulta difícil separar esas dos vertientes raras de mi educación. Mi madre, de alguna manera, contrató a Armando Hart como al mejor padre que me correspondía, que me enseñase algo sobre lo que ella sabía que pocos eran tan buenos como él. No era especialista Haydée en marxismo, pero les puedo confesar que las lecciones más apasionantes que he tenido me las ofreció
Armando Hart a instancia de ella; además, el primer paradigma de las teorías socialistas fue mi amor por José Martí; mi primera animadversión contra el estalinismo, me la enseñó el Che, sin él saberlo, sin saberlo mi madre: fue una enseñanza en clave Guevara, siendo yo una adolescente. Cuando aquello, yo ni siquiera sabía qué había sucedido en Rusia ni en el mundo. Pero desde aquella iniciación, supe respirar el aroma de las mejores ideas de la cabeza que, siempre, sin dudas, fueron las concubinas de las ideas del corazón. Ambas, amándose y necesitándose, pero sin decírselo, por mera vanidad. Sus dos profetas.
A ella le bastó amar bien para poder entender el mundo. Todo lo realizaba sin que mi padre, mi hermano o yo pudiésemos advertirlo. Por ahí anda Chela (13), un ser que viaja entre el uno y la otra, tratando de acomodar de alguna manera estas experiencias y añoranzas, sin que causen mucho dolor. También Chela fue contratada por su amor. De Frank País (14) me decía que desde su altura «nos hacía falta su seriedad y su sentido de la disciplina». Daría la impresión de que estaba construyendo un Arca de Noé dentro de la cual proteger lo más virtuoso y capaz del pueblo cubano.
Una acuarela, una síntesis de la más pura raza del ser humano de su tiempo y lugar.Cuando yo le preguntaba, por ejemplo, para qué Frank nos hacía falta, ella me miraba con ojos enormes y misteriosos, y respondía bajito como si aún estuviese en la clandestinidad: «Para ésto, Celia María, para hacer ésto.» Nunca me llegó a decir qué cosa era ésto; ahora ya no hace falta, lo sé, pero gasté muchos años en comprenderlo.
Es imprescindible que la recuerden así: llena de luz, disfrutando su entrega a esta misteriosa obra de Fidel que nunca termina, que no terminará jamás.De las veces que estuvo en la Sierra emergen, según lo que me contaba, dos almas elegidas: el Che, del cual comentaré después, y Celia (15), de la cual me dejó la maravilla de su nombre.
Desde niña me decía: «Cuando te reconozcan por tus apellidos (Hart y Santamaría) di que tu nombre va primero, que te llamas así por Celia Sánchez y es ese el que debes cuidar. Fue el mejor regalo que te he dado: su nombre. Aprende a respetarlo.» Sentía una gran tranquilidad al saberla cerca de Fidel. La muerte de Celia unos meses antes de la suya la conmovió a límites increíbles. Sobre todas las cosas, me decía, entre una lágrima y otra, que quien nos debía preocupar era Fidel. ¿Quién lo cuidaría como Celia?
Al tomar el poder, el ejército rebelde comenzó otra etapa en la lucha. Mi abuela paterna, Marina, le decía constantemente a ella y a mi padre: «ya se acabó, tranquilícense ya».Esa palabra, tranquilidad, es la antítesis de un auténtico revolucionario: esos de estirpe mayor no conocen la paz, ni conocen la conformidad; el único fin es el cielo. Esta iluminada tomó como proyecto construir, con las más puras ideas de Fidel y con el calor y pericia de su espíritu, un nuevo mundo al cual la hermosa década del sesenta le abriría las puertas con un saludo, para ser feliz, para crear, para inventar, volar y prestar alas a las primeras y solitarias notas de Silvio, o a las saltarinas y frescas letras del Gabo (16), o para saber, sin desojar margaritas, quiénes serían sus aliados. Ahí están o estuvieron sus aliados para la empresa de una iluminada.
Al igual que pasaría con Celia, la muerte del Che fue un verdadero infarto de amor. Cuando me hablaba del Che sufría, muchas veces, más que al hablar del propio Abel. Ella misma me dijo: «Sin él, casi no concibo la revolución»y seguía: «¿Qué hará Fidel sin el apoyo del Che?» Pero pasó el Che a su rosario sagrado y siguió su lucha. Cada 8 de octubre Abel y yo no podíamos salir, nos quedábamos a transcribir las cartas del Che a sus hijos, a interpretarlas. Y desde entonces, tal vez porque en octubre oscurece pronto o por este rito, los días 8 de este mes me cargo de una melancolía especial.
Estudié el preuniversitario con Camilo, el segundo hijo del Che con Aleida, y recuerdo cómo era para mí este niño de especial. Camilo era indomable y de carácter limpio. Cuando me enfadaba con él y se lo contaba a mama, me decía: «Tú sólo cuídalo, que nadie hable mal de un hijo del Che.» No era difícil hacerlo: se ganó el respeto y cariño de todos sin tener que pronunciar una sola vez su apellido.
No había un fin de semana en que no me comentara algo para que yo sintiera por dentro al Che, como que le dolía el solo hecho de no haber yo conocido al amigo mayor; ya éso era, de por sí, un pecado original. Ella diseñaba los estados de ánimo, el entorno, como si fuese un hada; lo lograba sin dificultad. Por eso, el enigma del Che Guevara, el mito sin réplica de lo que significó para las generaciones posteriores su imagen de esperanza, la sintió mi mama desde que lo conociera. No tuvo que esperar a que se convirtiera en el Guerrillero Heroico.
Es poca la correspondencia que se conoce entre ambos; mas, las existentes, son verdaderas lecciones de la forma en que se relacionan los verdaderos «colegas de revolución». Hay una, fechada en 1964, muy reveladora, en la que el Che, renunciando a los derechos por un libro suyo que publicara Casa de las Américas, «puso en su sitio» a mi madre al decirle que no «podía aceptar un centavo de un libro que no hace más que narrar las peripecias de la guerra» y que no quería entrar con ella en «una lucha de principios que tienen alcances más vastos». Podríamos sospechar cuál sería aquella lucha de principios (17).
En la misiva enviada por el Che a mi madre antes de marchar a Bolivia, le confiesa: «Veo que te has convertido en una literata con dominio de la síntesis, pero te confieso que como más me gustas es en un día de año nuevo con todos los fusiles disparados y tirando cañonazos a la redonda», y la firma: «Tu colega» (18) Ellos no sólo fueron camaradas o compañeros: fueron colegas en ese estrecho recinto de los iluminados.
En la carta que le dirigiera al Che después de su muerte, expone mi madre con sinceridad no poder perdonarle por no haberla llevado a la Argentina, pues éso le había prometido en la Sierra Maestra (19).
Eso es ser un revolucionario. A mi madre no le bastó la felicidad de haber participado en la liberación de su patria de la injusticia, ni fundar la Casa de las Américas y defender al arte de la incomprensión y la mediocridad, ni haber proyectado una vida de amor junto a mi padre en la ruta de Fidel Castro, ni siquiera haber tenido dos niños pequeños a los que educar. Nada de éso era lo suficientemente importante frente al deber sagrado de la revolución del mundo. No necesitó mi madre leer tratados filosóficos para comprender el sentido de la auténtica felicidad. Lo que nos cuesta a nosotros años de estudio y siglos de controversias estériles, a los verdaderos revolucionarios les basta el primer aletear de una mariposa en una mañana de verano. Por eso sostengo que sí, que sí son diferentes ellos y nosotros. Los iluminados no miden la vida con los patrones comunes a los que llamamos felicidad: su métrica es la de las estrellas.
Me contó que lloró como nunca con la carta del Che. Cuando me lo contaba lloraba todavía más. Sus ojos casi se cristalizaban; mas, un segundo después de tanto llorar, estiraba los brazos y lanzaba al suelo cuanto hubiese a su alrededor. De esta anécdota recuerdo una vez, cuando era lo suficientemente chica como para casi quebrarme el cuello al mirarla sufrir diciendo: «Pero fue un machista imperdonable, machista imperdonable. Me juró que me llevaría a América a hacer la revolución, y acá me ha dejado».
Tuve que aceptar desde muy pequeña que aquella frondosa y feliz mujer estaba dispuesta a dejarme plantada en mis primeros años, con tal de hacer aquello a lo que el Che llamaba la Revolución. Estoy convencida que fue el Che quien le enseñó aquella palabra. Ha pasado mucho tiempo y no había querido contar esta anécdota en la cual, de forma explícita, mi madre llamaba «machista» al Che. Sin embargo, para ella el Che fue la materialización de que el Cielo estaba en la Tierra.
Me atrevo a narrarla, después de tanto tiempo, pues, recientemente, en un breve diálogo con Thiago de Mello (20), fue esta la anécdota que me hizo. Mama era fantasiosa y exagerada, y a veces se entremezclaban los sucesos. Pero para el gran poeta brasilero, después de tantos años fue ésa la impresión que sacó de la lágrima de Yeyé por haber perdido para siempre a aquel argentino irónico, y por no haber sido invitada a hacer la revolución en América.
En mi caso particular, queridos lectores, a estas alturas no me está claro si también debo al Che el haber dejado en brazos de mi madre este sentimiento suyo, último e impostergable, para que ella me lo transmitiera. Los que de veras se consagraron a la revolución cubana con más fervor, fueron aquellos que entendieron que el mejor intento para defender la revolución socialista, era luchar por la revolución mundial.
Si nos detenemos a observar todos estos seres especiales, que de una u otra manera viajaron más o menos tiempo en la nave de Fidel, comprendemos que su brújula era la misma: proporcionar al nuevo milenio, donde escasean los mitos y la altura de alma, un veterano que levantara los tiempos en almohadillas de amor y de coraje. Ese debería ser Fidel. La confabulación atemporal de estos astros. Abel, Frank, el Che, Celia y otros más, consignó su meta a la llegada de un Fidel Castro íntegro y pleno que pudiese recordar la necesidad que tiene la humanidad de soñar, para poder construir verdaderamente la realidad.
Para Haydée fue sagrado nuestro comportamiento moral. Recuerdo que en uno de mis
cumpleaños, Celia Sánchez me regaló una fabulosa caja de muñecas. Yo no pasaba de los 7, y después de dejarme disfrutar de aquella sorpresa me dijo: «Ahora escoge una, el resto para tus amiguitas que no tienen a Celia que le haga regalos». Aquella historia, parecida a la de Bebé y el señor don Pomposo de José Martí, es una experiencia muy fuerte cuando la vida te la saca del papel de los hermosos cuentos, y te convoca al corazón para el personaje. Fue tan profunda, que todavía sueño con aquellas muñecas; pero también aprendí, junto al recuerdo de los juguetes perdidos, que lo que se regala con más amor es aquello que en verdad nos gusta. Así fue nuestra educación. El hecho de ser su hija no era un beneficio: era un compromiso que apenas lograban identificarlos niños Abel Enrique y Celia María. Nos cambiaba año tras año el número de hermanos,
y en mi casa se reunía todo aquel que tenía pena para resolver: los recuerdos amados de Víctor Jara (21) y su voz timbrada de tristeza y amor; la hermosa Milena Parra, a quien debería yo cuidar y dar las muñecas más lindas por ser la nieta de Violeta; y así tantas personas.
Recuerdo también, siendo muy pequeña, que alguien con guitarra fue a la casa, muy triste por algo. Pudo ser Silvio (22), Pablo (23), Vicente (24), nunca lo supe, y mirando de frente al mar erizado de invierno, donde caían ruidosos los relámpagos de una verdadera tormenta, dijo: «De esos rayos de luz que matan, algún día sacaremos corriente». La relación entre el temor y la felicidad no la supe nunca, pero entonces aquel joven tomó la guitarra y se puso a cantar. Ya era nuevamente feliz. Odiaba el formalismo más allá del límite. Eso reinó en su Casa, en la casa del Vedado, como llamaba a la de las Américas. Allí impuso con el garrote del amor su forma especial de impulsar una empresa. Creo que la burla y el desprecio a la burocracia de la gente menor está en mi casa colgando de una pared: un dibujo sobre una servilleta de papel, del pintor Mariano Rodríguez durante un flamante Consejo de Dirección al que debía poner asunto. Ella fue su jefe y esa servilleta fue la única acta de esa reunión; al menos, la única que debe quedar. Me parece ver sus reuniones libres de dobleces; me las imagino como un conjuro de estrellas peleando contra el lodo, cuya única razón de existir es hacerlas brillar más.
También decidió que yo, con 12 años, estaba muy enamorada de Roberto Fernández Retamar (25) y no cumpliría los 13 sin estarlo verdaderamente. La gran Adelaida de Juan, esposa de mi Quijote, sería mi confidente; todo eso dispuesto por Mama. Guardo en mi casa la foto que le obligó a regalarme y el pequeño búcaro, donde cada dos días debía poner una rosa blanca, porque «Roberto amaba mucho y muy lindo a Martí y para amar a Martí hay que hacerlo como él». De aquel amor quedó lo que se proponía: una profunda admiración por Roberto y Adelaida, y una conexión sentimental de amor virginal por José Martí, que sólo el estudio posterior de su obra ha realzado. Cuando leo a Martí todavía siento el aroma de la rosa blanca y la cinta que con amor Mama me colocaba en el cabello antes de dormir. Me ligó a Martí con lo inquebrantable: el amor
pasional de una adolescente. Nunca he amado a ningún hombre así.
Ella no pasaba del sexto grado, pero para ellos, los iluminados, eso basta. El lazo de su amor por la vida los exime de todo reconocimiento académico. Allí es donde está esta mujer que todavía persigue dónde vivir. Errante, pero feliz de lo que está viendo. Creo que mi hermano y yo, «herederos genéticos» de su existencia, estamos de acuerdo en lo esencial. Las palabras inspiradas de Abel, de mi Abel., en escasas ocasiones le alcanzan para suplir su prolongado silencio. No nos queda otra que respetar a todas las personas que deciden estar mejor muertas que vivas. El viejo cliché de que los revolucionarios no se quitan la vida .éso lo decía ella también; es tan pueril que basta un par de nombres para echarlo por tierra. Dicen que los animales no se suicidan, a no ser para defender la especie. Es pues, cuando menos, una forma muy humana de morir. Los Lafargue (26) decidieron que eran más útiles así para la causa del proletariado y no dudo que lo hayan sido. ¿Quién osa decir que las campanas que hizo doblar Hemingway (27) con su
pluma no hicieron repicar a todas las iglesias del mundo con el grito de su última bala¿Quién no prefiere todavía la rubia de todos los tiempos en el cine, a la cual hasta un sacerdote brillante le escribe un poema de amor? ¿Quién diría que Violeta no daba gracias a la vida con honestidad, para viajar a la muerte sin temor y segura de sí misma, al dejarnos en su voz el candor de todo un continente? Entonces sólo es bajar la cabeza, quitarse el sombrero y deslizar lágrimas de piedad por nosotros, y no por ellos que están más vivos que muertos, que viajan por el lindero entre ambos estados de la materia libremente y sin dolor, que nos cuidan de los errores. Nosotros estamos destinados a morir irreversiblemente: ellos no.
Y para quienes sólo cuentan los hechos «medibles», ahí está la Casa del amor que fundó Haydée, ahí está esa América, de la cual fue devota, pues sintió su palpitar trémulo y confuso al hacerse novia de sus heraldos. Respetad, pues, esos hechos contables, todos aquellos para quienes el corazón no piensa y, por no saber sentir, no entienden y llaman locos a los que les superan en cordura del alma. Para los iluminados, vivos y muertos, sí va mi mensaje de gratitud como grita Silvio en su «menos mal que existen».
Un solo detalle se me escapa: soy su hija o lo fui, y me dejó objetivamente viva en su muerte, rodeada de algunos muertos en vida, aunque en un Universo de gravedad y magnetismo que es Cuba como epicentro de las luchas humanas por un mundo mejor, el único mundo que se merece este universo que lleva quince mil millones de años trabajando en pos de la armonía. Se fue dejándome segura, donde puedo, al lado de Fidel, trabajar por lo justo que tantos y tantos levantaron con sus últimos suspiros, y enamorada perdidamente de Martí. Entonces nuestra victoria final, la de Yeyé (28), está relacionada con el logro de la felicidad de cierto planeta azul de un sistema solar en los confines de la Vía Láctea, y del que dentro de varios siglos podrán decir sus moradores: «Nuestra dicha mundial pudo muy bien estar relacionada con un pequeño apartamento
de una pequeña isla, de nuestro pequeño planeta. La Tierra es feliz, debemos ahora cuidar del Sol».
Notas
1) Silvio Rodríguez (1946), cantautor cubano, exponente del Movimiento de la Nueva Trova. Su canción «Todo el mundo tiene su Moncada» (1968), puede hallarse en el álbum reciente Érase que se era (2006).
2) Abel Enrique Hart Santamaría (1960-2008), hijo de Armando Hart y Haydée Santamaría; hermano de la autora.
3) Sillón de brazos cortos, utilizado para balancearse, muy común en los
hogares cubanos de principios del siglo XX.
4) Simone de Beauvoir (1908-1986), novelista francesa de gran importancia
para el desarrollo del movimiento feminista internacional.
5) Juana de Arco (1412-1431), heroína nacional y santa patrona de Francia.Vestida de hombre lideró ejércitos en la guerra de los Cien Años que sostuvieron Inglaterra y Francia entre 1337 y 1453.
6) Esperando la muerte, obra de Anne Sexton (1928-1974), poetisa norteamericana de sensibilidad extrema, que sufrió en vida por sus fantasías suicidas y produjo una literatura sumamente confesional.Ganadora del Premio Pulitzer en 1967 por su poemario Vida o muerte.
7) Vivienda de los hermanos Santamaría, donde se reunían con Fidel Castro para planear las acciones revolucionarias.
8) Abel Santamaría Cuadrado (1927-1953), segundo jefe del Movimiento 26 de Julio. Con sólo 25 años fue apresado en la mañana del 26 de julio de 1953 junto a un valeroso grupo de compañeros. Fue salvajemente torturado. Le sacaron los ojos y se los mostraron a su hermana (Haydée) en prisión. Asesinado ese mismo día. De él diría Fidel que era el «Alma del Movimiento».
9) Véase carta, pp. 93-95. Haydée, del Moncada a Casa. Celia Hart, Editorial Capiro, Santa Clara, Cuba, 2009.
10) Reinaldo Boris Luis Santa Coloma (1928-1953), novio de Haydée durante la lucha clandestina contra la dictadura de Fulgencio Batista.Integrante del Comité Civil del Movimiento 26 de Julio. Asaltante al Cuartel Moncada. Apresado por los sicarios batistianos, fue horriblemente torturado y asesinado.
11) Violeta Parra (1917-1967),poetisa y cantante chilena, autora de canciones legendarias como “Los pueblos americanos” y “Gracias a la vida”.
12) Armando Hart Dávalos (1930), personalidad de gran contribución a la historia y la cultura cubanas, fue miembro de la dirección nacional del Movimiento 26 de Julio y participante en el 30 de Noviembre de 1956 en Santiago de Cuba. Estuvo casado con Haydée Santamaría y de ese matrimonio nacieron Abel y Celia, la autora del testimonio.
13) Graciela Rodríguez Pérez (Chela), amiga de la familia de Haydée Santamaría desde que residía en su natal Encrucijada, mucho antes del triunfo revolucionario. Desde 1959 trabaja con Armando Hart. Mantuvo también estrecha relación con Abel y Celia, los hijos del matrimonio.
14) Frank País García (1934-1957), joven luchador de la clandestinidad, prestigioso líder
revolucionario de la zona oriental de la isla de Cuba; jefe de acción y sabotaje del Movimiento 26 de Julio. Asesinado el 30 de julio de 1957, cuando tenía 22 años.
15) Celia Sánchez Manduley (1920-1980), la primera mujer en incorporarse a la lucha en la Sierra. Junto a Frank País organizó y dirigió los refuerzos que se enviaron a la Sierra Maestra. Luego de la guerra, creó la Oficina de Asuntos Históricos. Se desempeñó como Secretaria de la Presidencia.
16) Gabriel García Márquez (1928), escritor y periodista colombiano.Premio Rómulo Gallegos en 1973 y Premio Nobel de Literatura en 1982.
17) Véase nota del Che, p. 103. Ibídem 9.
18) Véase carta, pp. 105-106. Ibídem 9.
19) Véase carta, pp. 107-109. Ibídem 9.
20) Amadeu Thiago de Mello (1926), poeta brasileño, icono de la literatura regional amazonense.
Su obra, de gran fuerza interior, expresa un auténtico compromiso social. Durante el régimen militar, vivió exiliado en Argentina, Chile, Portugal, Francia y Alemania. Tras la caída del régimen, volvió a su patria.
21) Víctor Jara (1932-1973), cantautor chileno, uno de los máximos exponentes del resurgimiento de la canción popular latinoamericana. También director de teatro. Por los ideales revolucionarios que promovía, fue torturado y asesinado durante el golpe militar de Augusto Pinochet en septiembre de 1973.
22) ibídem 1.
23) Pablo Milanés (1943), cantautor cubano, fundador del Movimiento de la Nueva Trova; su obra ha alcanzado el más alto reconocimiento internacional.
24) Vicente Feliz (1947), cantautor cubano exponente del Movimiento de la Nueva Trova.
25) Roberto Fernández Retamar (1930), poeta y ensayista cubano; actual presidente de la Casa de las Américas.
26) Paul Lafargue (1842-1911), político y pensador francés nacido en Cuba. Este importante luchador socialista se suicidó junto a su mujer.
27) Por quién doblan las campanas (1940), novela de Ernest Hemingway (1889-1961), narrador norteamericano que ha resultado uno de los más relevantes escritores entre las dos guerras mundiales. Premio Pulitzer de Literatura en 1953 y Premio Nobel de Literatura en 1954. Se suicidó con un arma de fuego.
28) Apodo cariñoso con que se conocía a Haydée Santamaría
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